Saturday, December 16, 2006

16 años después

Todo empezó en un original juego que practicaba con mi hermano. No tenía nombre. Álamo solo se daba un tiempo para jugar unos “partidos” conmigo. Digamos que era un fútbol en miniatura. La mesa en la que comíamos era la cancha, los arcos estaban construidos con play-go y unas redes para papas, la pelota estaba hecha de plastelina y los jugadores eran unos rectángulos de cartón que pintábamos con plumones de colores (luego serían imágenes de los mismos jugadores que sacábamos de los periódicos o los álbumes, que pegábamos a las cartulinas y que debían medir unos 6 centímetros de alto).

Jugamos varios campeonatos así: la liga italiana, la española, el Mundial Italia 90, selecciones master (con Pelé, Cubillas, Sotil) y, claro, el campeonato peruano. Como mi hermano era de Alianza, entonces elegí al Sport Boys, básicamente porque era el actual puntero del campeonato Metropolitano y porque ni cagando iba a elegir a la u (a los 9 años ya entendía algo de ética). Jugábamos seis contra seis y se podían hacer dos cambios (como en el fútbol de aquellos tiempos). Recuerdo que mi equipo titular era: Chávez-Riva en el arco, Duffó y Ochandarte en la defensa, Marquinho en el centro, Adao y Paris adelante.

Gané mis primeros juegos del fútbol en miniatura con el Boys y a partir de ahí me hice hincha oficial, a pesar de que jamás había visto un solo partido de los rosados (En aquellos tiempos no pasaban los encuentros por la TV). Ahora entiendo que, en realidad, las primeras alegrías futbolísticas me las dio el Boys que yo manejaba en el juego entre hermanos, no el real (o tal vez simplemente fue mi hermano que, asumo, me dejaba ganar algunos partidos. En fin).

Claro que a Álamo le llegaba al pincho que yo me hubiera hecho hincha de cualquier otro equipo que no fuera Alianza (aunque como consuelo, no era de la u). Asumo que le jodía sobre todo porque yo jamás había visto al Boys en vivo y tal vez le palteaba que su hermanito menor, y casi hijo, fuera tan poco inteligente como para tomar una decisión tan trascendental a la ligera.

Entonces, no sé si para darme gusto, o para que por fin me dejara de tonterías, mi hermano decidió llevarme al estadio para ver a los rosados. Hago un paréntesis para explicar cómo era el desastroso campeonato peruano: 44 equipos en primera división divididos en cinco regiones. Los 4 primeros de la Metropolitana y los primeros de las zonas Sur, Oriente, Norte y Centro jugaban un octogonal y luego una liguilla de la que salía el primer clasificado a la Copa Libertadores. En la segunda parte del año se jugaba igual, pero en dos ruedas (ida y vuelta). En realidad, no importa que no haya entendido nada de lo que acaba de leer.

De pronto llegó el día. La primera vez que visité el Estadio Nacional lo hice con Álamo y Vero, el domingo 4 de noviembre de 1990. Tarde nublada, subí corriendo las gradas de occidente y quedé impresionado con el ‘espectáculo’ (a pesar de las comillas, en serio, estaba muy conmovido. Creo que nadie puede dejar de conmoverse cuando sale por la boca de una tribuna y ve el césped de juego por primera vez). El estadio estaba prácticamente vacío. El Boys puntero se enfrentaba al ‘Inter’ de San Borja y el aire olía a talco para los pies. Sin embargo la sensación fue tristemente inolvidable. No creo que pueda explicar bien las sensaciones de aquella tarde ploma, pero, a pesar de que mi primer partido en el estadio fue el peor que he visto en vivo, en mi vida (no hay duda), quedé enamorado del fútbol y la mediocridad total que observé me fascinó gravemente.

Esa tarde Boys empató 1-1 con Inter en un partido más flojo que yo. Grité el gol de Duffó que abrió el marcador a los 20 minutos (el defensa la metió en la línea del arco luego de un rebote) y renegué con el empate del chileno Huertas.

Me sentí más vivo que nunca (por lo menos era el más entusiasta de todo el estadio, sin duda), y también más hincha de mi Boys (el real, no el de cartulina), que me hizo renegar por primera vez.

La primera alineación que vi en vivo fue la siguiente: César Chávez Riva, Roberto Arrelucea (sí Romi, el “marajá”), Martín Ochandarte, Martín Duffó, Pedro Olivares (el hermano de Percy), Marquinho, el chato Atoche (debía medir 1.50, y eso…), Oswaldo Flores, y aquella clásica delantera de tres: Ramón Anchisi (gran jugador que luego moriría a mitad de la década, cuando jugaba por el Sipesa, en un lamentable y tragicómico incidente que tiene que ver con una avioneta, una hélice de la misma, y unas ganas de orinar incontrolables), el goleador histórico Claudio Adao y Carlos Henrique (sí, con ‘H’) Paris. El técnico era el brasileño Frederico ‘Freddy’ Rodrígues de Oliveira (que había reemplazado al sobrado Miguel Company, que a su vez serruchó al chileno Miguel Ángel Arrué). Recuerdo que en el ‘Inter’ estaba como lateral Martín (quién luego sería ‘el león’) Rodríguez, Roberto Aspe y Eugenio La Rosa.



Si Álamo pensó que con eso tenía suficiente y mi fiebre porteña se había acabado, estaba muy equivocado. Yo era más rosado que nunca, y tenía más ganas que jamás. Quería ver ganar a mi Boys, que para ese entonces ya había clasificado a la Libertadores (campeonó en la primera parte del año), y era puntero del ‘Metro’, junto con el poderoso Muni de ‘la pepa’ Baldessari y Jorge Soto (dos futuros símbolos de Cristal, equipo que por aquellos tiempos jugaba terrible a pesar de que era el actual subcampeón. ¿Qué quién era el campeón vigente del fútbol peruano? El Unión Huaral).

Lo que seguramente terminó por definir mi afición fue la segunda vez que mi hermano me llevó al estadio. Aquel día vi uno de los mejores partidos de mi vida. Esta vez era una prueba de fuego para los hermanitos Pérez Luna. Alianza (que había tomado la punta luego de varios empates estúpidos del Boys, como el del partido contra el ‘Inter’), visitaba a los porteños que estaban a solo 2 puntos y, por lo tanto, tenían la gran oportunidad de alcanzar a los íntimos cuando faltaban 4 partidos para la liguilla (en aquella época el partido ganado todavía valía 2 puntos y no 3 como ahora).

El 6 de diciembre, los pendejos del Callao llevaron a Alianza al estadio de la u, que no era el Monumental, sino el minúsculo ‘Lolo Fernández’ (que no tenía tribuna Norte ¿?). Boys ganó 2-0 (Adao y Anchisi) y grité los goles en la cara de Álamo y frente a más de 10 mil espectadores. Mi hermano ya no tenía nada que hacer, yo ya era del Boys a muerte. Aquel día, después del partido, mientras se escuchaban disparos policiales y las bombas lacrimógenas trataban de entristecer el ambiente, bajé a la cancha (probablemente el lugar más seguro en el momento) y observé con tranquilidad cómo los hinchas de Alianza quemaban con rabia la tribuna Sur del ‘Lolo’, que se consumía para siempre.

Ese año Boys terminó subcampeón (la u lo venció 4-2 en la final del año, ¡que se jugó el 3 de febrero de 1991!), pero tuvo una campaña extraordinaria en su regreso a primera (estuvo los 2 años previos en la segunda división): 30 partidos invicto (nuevo récord nacional) y clasificó a la Libertadores.

Pasaron años de derrotas y victorias. Partidos y temporadas inolvidables (como aquel 2-2 con el Nacional de Medellín, o el casi título del 98), otros resultados olvidables (como los malos partidos que solemos tener con equipos chicos y para colmo de locales), pero nunca dejé de adorar al Boys.


Mañana, domingo 17 de diciembre del 2006, 16 años y dos semanas después de aquel memorable partido de 1990, Alianza y Boys se vuelven a enfrentar. El primero debe ganar si quiere ser campeón nacional y mi querido Boys también, porque sino regresará a aquella maldita segunda división. Sé que el ‘Lolo’ ha muerto y ahora el partido se jugará en Matute. Sé que Unión Huaral, aquel campeón vigente de 1990, ya está en segunda y que Boys lo puede acompañar. Sé que las circunstancias de la vida cambian y que no hay vuelta que darle. Pero también sé que, pase lo que pase, mañana voy a romperme la garganta y voy a llorar frente al televisor.